miércoles, 8 de octubre de 2008


De acuerdo con lo que nos cuenta el historiador romano Suetonio, las tropas de Julio César qué estaban acampadas junto al río Rubicón a la espera de que Julio César tomase una decisión. De hecho, al desobedecer la orden, de no cruzar el río, dada por Pompeyo, Julio César estaba ya en estado de rebelión ante el Senado, motivo por el cual un conflicto armado era solo cuestión de tiempo, pero aunque sus tropas le eran fieles, pedirles cruzar junto con él el río Rubicón para marchar sobre Roma exponía a todos a un castigo severo como castigo por romper la vieja ley romana. Era necesario un aliciente para mover a las tropas a la acción pese a las consecuencias previsibles en caso de una derrota. Y ello ocurrió con un evento aparentemente sobrenatural (muy posiblemente arreglado de antemano por el astuto Julio César).

Según lo cuenta Suetonio, se apareció ante las tropas un hombre de gran belleza física tocando una flauta de caña, al cual se le acercaron todos a verlo. Después de quitarle la trompeta a uno de los trompeteros, el desconocido dió un salto hasta una piedra que había en el centro del río sentándose en ella, tocando una marcha militar. Prácticamente todo el ejército acudió a ver lo que se consideraba un prodigio sobrenatural. El hombre dió nuevamente otro salto hacia la otra orilla del Rubicón sin dejar de tocar, animando con gestos a los soldados a que lo siguieran. Julio César aprovechó el evento para decirle a sus soldados que todo lo que habían visto era algo sobrenatural, e interpretando a conveniencia suya el supuesto prodigio, gritó con fuerza:


Esto no es más que la indicación de los dioses de que vayamos a vengar las afrentas que nos están haciendo Pompeyo y el Senado. Los dioses quieren que nos dirijamos a Roma y venzamos al enemigo. ¡Vayamos, pues! La suerte está echada.


Esto último lo pronunció con la famosa frase alea iacta est.